Si os soy sincero, me llama la atención el contraste nada más sentarme. Vajilla de Santa Clara recargada junto con cubertería reluciente...te esperas unos manteles de hilo (de esos que son difíciles de planchar), de un blanco impoluto, pero no, allí combinan los manteles de rayas rojas con sus delantales de cuadros del mismo color, ¡me parece un puntazo!
Para abrir boca, un aperitivo a base de muslitos de perdiz perfecto para el hambre que llevábamos, y más a esas horas.
Pero si nos tenemos que poner serios, morcilla de burgos, que aquí hemos venido a jugar y no nos andamos con chorradas. La morcilla es típica con unos buenos huevos fritos (en verano de camino a Santander son obligatorios), pero sola tiene...no sé, un color especial como Sevilla. Crujiente por fuera y suave y sabrosa por dentro, ¡ay el arroz cuantas alegrías nos da!
Para entrar en calor, sopa castellana, que ya que estamos en mi territorio (castellano), hay que hacer honor a este especial plato. Estaban muy conseguidas aunque para mi gusto no lo suficientemente ligadas...las de mi madre son mejores, lo siento.
Y de segundo un cordero al horno de leña, con esa carne que es mantequilla y la piel crujiente y nada grasa a pesar de ser grasa. Un festival para el paladar.
Postres navideños y café que con tanto rococó no sabía ni por donde agarrar la taza. Servicio muy correcto, ambiente familiar y de precio en torno a 50€ cabeza. Un buen capricho navideño e invernal.
Situado en Carretera Madrid-Irún Km 235, Burgos
Consejo nutricional: La morcilla no deja de ser sangre y quizás lo único que sea es un buen chute de hierro, porque sinceramente es bastante grasa aunque la morcilla de arroz es muy apta para los que andáis bajos en hierro, eso si, con moderación.